Galicia es una tierra sembrada de cruceros, que constituyen una señal de
identidad de su cultura y una referencia de sus caminos. Su amplio número es el
resultado de la presencia de la abundante piedra de granito, del símbolo
cristiano universal de la cruz y de diversos factores etnográficos, donde destacan
la presencia de viejos caminos y encrucijadas como lugares de antiguos cultos.
Los versos de Ramón Cabanillas
encierran las claves del origen y evolución del crucero:
Cando a pedra, durmida e acochada
da Terra Nai no garimoso seo,
desperta do seu sono milenario
e quer ser oración e pensamento,
frorece nun varal, estende os brazos
e póndose de pé faise cruceiro.
El crucero nace en el mundo rural sacralizando las encrucijada y caminos
para protección de viajeros, santificando lugares de antiguos ritos, señalando
la dirección de los templos y prolongando el espacio sagrado en atrios y
cementerios, haciendo de guía de caminos de peregrinación y rutas de
comerciantes, y marcando los límites de feligresías y jurisdicciones, mientras
forma parte de las leyendas, ritos y tradiciones del lugar.
Crucero de Melide. Reputado el más antiguo de
Galicia
Al llegar a Galicia las órdenes mendicantes en la época medieval, el
crucero adquiere un carácter religioso, ligado al pensamiento mítico de estas
órdenes, con un mayor protagonismo de la iconografía de la cruz, apareciendo no
sólo Cristo y la Virgen, sino también diversos personajes de la Pasión. La presencia
del crucero se materializa preferentemente en el mundo urbano, ligado a la
proximidad de templos que normalmente le sirven de referente artístico.
EL CRISTO DE LA TAHONA Y EL BARRIO DE CANIDO
A
la entrada de Canido
al llegar a la Tahona
lo primero que se ve,
un santo Cristo de piedra
arrimado a la pared.
El barrio
ferrolano de Canido se fue creando desde época medieval, en sus principios
subiendo desde el antiguo Campo de San Roque hacia la parte alta de la ciudad y
bajando luego por la Fuente de Insua hacia la ensenada de la Malata. Primero
fue Aldea de Canido situada en el extrarradio de la ciudad y desde finales del
siglo XVIII tomó el nombre de Barrio de Canido que hoy conserva.
El barrio
de Canido estaba esencialmente formado por una serie de calles y plazas: Alegre,
Muiño do Vento, Fonte de Insua, Atocha, Estrella, Alonso López, Praza da
Tahona, San Diego, Castaño, Marola, Almendra, Pardiñas y Cruceiro de Canido.
Más tarde, desaparecido el cementerio de Canido, se crearon las parroquias de
San Rosendo y Santa Cruz.
El Cristo
de la Tahona. Años 1960
Según
Montero Aróstegui hasta el año 1850 la parte alta de un crucero de piedra estuvo
abandonada y arrimada a la pared de una casa de la plaza de la Tahona. Al ser
reedificada esta vivienda, su dueño obtuvo permiso del Concello para
incrustarlo en la pared, donde permaneció hasta el año 1987 en que fue
desmontado y privado de su visión pública.
Casa del
Cristo de la Tahona. Francisco Yglesias
El Cristo
de la Tahona constituye una referencia histórica, religiosa y sentimental del
barrio de Canido y una seña de identidad para sus vecinos, jugando un
importante papel en la memoria cultural de la ciudad de Ferrol. Los poetas
locales dedicaron sugestivos y delicados vesos al Cristo de la Tahona. Es el
caso de un poema de Xosé M. Pérez Parallé, el “Segrel de Canido”, que hace referencia al paso por
el barrio de un camino de romeros narrando el encuentro de un peregrino con una
moza en la Fuente de Insua:
A nena-moza
vestida de
alborada lucidía
miraba c-ós
ollos abertos como lúas
pra o Cristo
cicelado n-o Cruceiro.
¡ Tiña a mesma cara
d-o pelegriño d-a fonte ¡
Se
trata de una antigua escultura de granito, posible remate de un crucero de
época gótica, siendo una obra de contrastada antigüedad, interés artístico y
singular iconografía. Tallada en un bloque de unos 300 kgs de peso tiene unas
dimensiones de 1,45 metros de altura y 0,70 metros de envergadura.
La
cruz es de forma latina y de sección cuadrangular con las aristas biseladas, presentando
los extremos rematados de amplias formas flordelisadas. La cruz se apoya sobre
un montículo de piedras redondeadas, que pueden representar el monte Calvario.
En el reverso de la cruz solamente aparece un desgastado monograma en letras
góticas de las siglas JHS (Jesús Hombre Salvador), lo que puede indicar que se
trata del remate de un crucero que podría ser visto por ambos lados.
Desde
el punto de vista artístico es una obra propia del arte popular, con una talla
tosca y sumaria de Cristo, falta de proporciones, en una representación
tradicional de formas arqueadas y de
fuerte patetismo naturalista que expresa el sufrimiento de la muerte.
Crucificado con tres clavos, la pierna derecha sobre la izquierda al modo
tradicional y carente (tal vez perdido) del letrero de INRI. La cabeza, sin
corona de espinas y con larga melena sugerida, está inclinada a la derecha,
mientras se viste con un amplio perizoma o paño de pureza.
Escultura del Cristo de la Tahona
En
ambos lados de la cruz acompañan a la imagen de Cristo tres figuras más
pequeñas y de difícil identificación. Según los expertos posiblemente se trate
de la escena bíblica del Pasmo de la Virgen o las Tres Marías, en la que la
Madre de Dios aparece sostenida y confortada en su dolor por María Magdalena y
María de Cleofás, una escena religiosa que introducen durante la Edad Media las
órdenes mendicantes y predicadoras, lo que suministra un nuevo dato para la
datación del crucero.
No
es fácil conocer la causa de la presencia en Canido de una obra de este mérito.
Para algunos fue una cruz de límite entre la parroquia urbana de San Julián de
Ferrol y la entonces rural de Santa Marina, mientras que otros autores suponen
que señalaba un camino de romeros que pasaba por Canido. Sin embargo, dada su
especial categoría y su especial iconografía, pudo estar ligada al convento de
San Francisco, tal vez dentro del Campo de San Roque o en un lugar próximo.
Se trata
de una notable obra de estilo gótico de indudable tosquedad, con matices cultos en su
concepción formal y dotada de una singular figuración de las Santas Mujeres o
las Tres Marías acompañando la imagen de Cristo, escena poco corriente en los
cruceros gallegos. A mayor abundamiento, es la escultura más antigua de la
ciudad y uno de las pocas cruces de piedra medievales gallegas. Para los
estudiosos de los cruceros es incomprensible que no haya sido adecuadamente
valorada hasta el momento.
Esta interesante
obra de arte popular fue recuperada de su discutible propiedad privada por el
concejal Bonifacio Borreiros el año 2000 para el patrimonio cultural de la
ciudad, estando algún tiempo expuesta de forma digna en el Centro Cultural
Municipal. Más tarde, ante la carencia de un apropiado Museo de la Ciudad, sufrió una torticera gestión del Concello
de Ferrol que la cambió continuamente de lugar de depósito, llegando a ser
conocida por los estudiosos de las cruces
gallegas de piedra como el Cristo Errante.
Sin tener una relación directa con la Semana Santa, hace poco tiempo se consideró que esta cruz medieval de progenie franciscana debía depositarse en el llamado Museo de la Semana Santa, creado recientemente en la Cuesta de Mella. Hoy parece una obra recién llegada de los Baños de Arteixo, en la cual una extrema y estúpida limpieza ha borrado la hermosa pátina que el tiempo, muchas veces mejor escultor que la mano del hombre, había dejado en las imágenes del Cristo y las Tres Marías, que conforman la figuración del notable crucero.
Exposición pública del Cristo de la Tahona
Año 2010. Centro Cultural Municipal. Año 2020. Museo de la Semana Santa
EL PETO DE ÄNIMAS DE SAN JULIÁN
Como obra de especial morfología, clasificable a medio camino entre
los petos de ánimas colocados exentos en las encrucijadas rurales gallegas y
los petitorios situados en el interior de las iglesias, destaca el ejemplar hoy
colocado en un pasillo lateral de la Concatedral de San Julián de Ferrol y que
estuvo situado en la entrada de la calle de la Iglesia. Esta interesante obra
procede del antiguo templo de San Julíán de Ferrol Vello, cerrado al culto por
su derrumbamiento el año 1762, siendo una de las pocas obras que se conservan
de aquella iglesia, donde pertenecía a la Cofradía de las Benditas Ánimas del
Purgatorio.
Es una obra poco corriente, de formas geométricas, elaborada de piedra
de granito de grano grueso y de buen tamaño, con dimensiones de 1,10 mts de
altura y unos 350 cms de sección. Su forma es prismática con sencillos remates
de molduras de bocel en sus partes alta y baja. En la tapa alta lleva encajada
una alcancía metálica con un trabajado cierre de candado, donde en su día se
depositaban las limosnas de los fieles.
La cara frontal muestra un mediorrelieve de los bustos de dos ánimas,
colocadas en postura frontal, de formas escuetas, rasgos faciales esbozados y
orantes con manos juntas entre las llamas del Purgatorio. Aparecen a ambos
lados de una cruz de palos cilíndricos desnuda de imágenes, colocada sobre
saliente peana acopada. Las caras laterales muestran sendos relieves simétricos
de una amplia y resaltada calavera con dos tibias cruzadas como símbolo de la
muerte, colocada sobre una ménsula avolutada.
La obra atribuida a Francisco Vázquez, lleva grabada la fecha del año 1760 en la parte baja del peto, justo debajo de la peana. Muestra restos de la pintura policromada (roja, ocre y amarilla) con la que se trataban estas obras devotas en aquellas fechas. El peto se encuentra en un regular estado de conservación y reparado con pegotes de cemento, situado en un lugar donde una obra de esta categoría realmente pasa desapercibida.
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